En el vasto universo de la lógica, donde los bits bailan en armonía,
donde las variables son promesas, y las funciones, melodía.
Allí, en ese espacio, donde la sintaxis es poesía,
se encuentra un programador, en su mundo, en su odisea.
Sus dedos danzan sobre el teclado, como un pianista en su sonata,
creando mundos de ceros y unos, donde la belleza se desata.
Cada línea de código es un verso, cada bucle, una serenata,
en el lienzo de la pantalla, su amor por la programación se relata.
El compilador es su confidente, el depurador, su guía,
en el laberinto de algoritmos, encuentra su alegría.
Cada error es un desafío, cada solución, euforia,
en este baile con la máquina, encuentra su utopía.
La noche cae, pero su pasión no conoce de horarios,
en el silencio, solo se escucha el murmullo de los binarios.
Y aunque su amor puede parecer a los ojos mundanos solitario,
para él, es un romance eterno, con su amada programación, extraordinario.
En el vasto universo de la lógica, donde los bits bailan en armonía, donde las variables son promesas, y las funciones, melodía. Allí, en ese espacio, donde la sintaxis es poesía, se encuentra un programador, en su mundo, en su odisea.
Sus dedos danzan sobre el teclado, como un pianista en su sonata, creando mundos de ceros y unos, donde la belleza se desata. Cada línea de código es un verso, cada bucle, una serenata, en el lienzo de la pantalla, su amor por la programación se relata.
El compilador es su confidente, el depurador, su guía, en el laberinto de algoritmos, encuentra su alegría. Cada error es un desafío, cada solución, euforia, en este baile con la máquina, encuentra su utopía.
La noche cae, pero su pasión no conoce de horarios, en el silencio, solo se escucha el murmullo de los binarios. Y aunque su amor puede parecer a los ojos mundanos solitario, para él, es un romance eterno, con su amada programación, extraordinario.